Artículo fotográfico
Fecha de publicación : 1 de Junio de 2008

"Mitades", de Magdalena Tirado

Sara es la hija de Cándido, uno de los compañeros de la Real Sociedad Fotográfica que, como yo, participaba los dos primemos martes de cada mes en el concurso social de la Real.

Por aquel entonces, yo creo que debía ser el año 2002, Sara estaba en una edad muy divertida, era una niña curiosa y espontánea, a la que sobre todo le gustaba jugar, y aquellas largas sesiones, en las que sólo de hablaba de fotografía, se le hacían un poco largas. Así que buena parte de las mismas nos dedicábamos a jugar, o a hablar de tonterías o, la mayoría del tiempo, a incordiarnos sobre cualquier cosa: Yo me metía con sus dibujos y ella con mis fotos.

Cuando empezaba el concurso propiamente dicho y los jurados iban decidiendo que fotografías eran seleccionadas y que fotografías quedaban eliminadas, también de forma jovial, ella apostaba a que mis fotos quedarían eliminadas y yo la contestaba que las que quedarían eliminadas serían las de su padre. Yo creo que eso le daba un poco de aliciente al proceso de selección y a Sara se le hacía menos largo todo aquello.

Pero un día se me ocurrió decirle que me pidiera un deseo y que, si al finalizar el año, cuando se suman los puntos de cada mes y se proclama el ganador del concurso anual, yo quedaba como ganador, yo me encargaría de que su deseo se hiciera realidad. Aunque las probabilidades de ganar el concurso eran mínimas, antes de que Sara me pidiera nada, por si acaso, intenté dejar claro que no pidiera nada que no fuera razonable. Pero ella que, ya lo dije antes, era una niña encantadora, abrió sus ojos como platos e, instantáneamente, sin dudarlo un segundo, dijo la cosa que mas quería en el mundo: ¡un hámster! Quería un hámster pequeñito, de no sé que raza que ella sabían, que no crecían y que, ella lo sabía bien porque una amiga suya tenía uno, eran unos bichitos adorables.

A partir de ese momento las cosas cambiaron drásticamente. Ahora Sara continuaba alegrándose cuando las fotos de su padre quedaban bien clasificadas, pero cuando eso sucedía con mis fotos, no sólo se alegraba, gritaba, saltaba, aplaudía, se le iluminaba la cara. ¡Se había convertido en mi mas ferviente defensora!

Pasaron los nueve meses que dura el curso y - ¡mire usted por donde! - tuve la suerte de quedar clasificado en la primera posición. Así que hablé con Cándido para comprar el famoso hámster pero . . . no pudo ser . . . la madre de Sara no quería ratones en casa. La regalé un pez, pero me sentí un poco traidor. Ella se alegró de tener un pececito, pero yo sabía que nuestro acuerdo no era ese.

(c) Cándido Fernández Castanyer

Magdalena Tirado


Así conocí yo a Magdalena Tirado, la madre de Sara y esposa de Cándido. La segunda vez que supe algo de ella fue cuando publicó su novela ‘Los que lloran solos’.

Como la conocía de vista, fundamentalmente en su faceta de esposa de Cándido y madre de Sara, me picó la curiosidad. Así que me fui a la librería Fuentetaja – alguien me había dicho que allí podría encontrar su novela – y compré el libro.


(c) Magdalena Tirado

'Los que llorán solos'
Magdalena Tirado
Editorial Gens


¡Me sorprendió! Leí toda la novela casi de un tirón. Se trataba de un monólogo, en el que la protagonista, recluida en una cárcel, repasa su propia vida hablando con otra reclusa que escucha en absoluto silencio.

La novela mantiene un estilo muy intimista, yo diría que casi lírico pero, simultáneamente, te mantiene completamente atento, casi como si estuvieras leyendo una novela negra ¡Me encantó!

Desde ese momento Magdalena Tirado dejó de ser sólo la mujer de mi amigo Cándido, y madre de mi amiga Sara, y se convirtió en una escritora a la que pienso seguir leyendo.


(c) Magdalena Tirado

'El corazón de las estatuas'
Magdalena Tirado
Editorial Gens


Todo esto me ha venido a la cabeza porque acabo de leer una columna de Magdalena Tirano, titulada ‘Mitades’, en la que, de alguna manera, la protagonista es la fotografía.



CULTURA. 14 de febrero de 2008 Núm. 3.776 (245)

Reproducción de la columna "Mitades", de Magdalena Tirado:

La tarde del domingo, mientras ordenaba algunos libros, apareció entre ellos una fotografía. Estoy casi convencida de que es la primera fotografía en la que me sostengo de pie. Por lo menos, esa es la impresión al mirar mis rodillas juntas y la espalda buscando apoyo en unos tiestos con azaleas. Quizá sea también la primera imagen de míen la que puedo verme con la mirada atenta y detenida en algo, aunque hoy sea incapaz de imaginar qué había en el espacio hacia el que miro. Tan solo puedo suponer, si acaso, una cámara intermedia entre los ojos del fotógrafo y los míos. Detrás del fotógrafo, nada.

Miro unos momentos la imagen y me parece extraño observar unos ojos que son los míos y que al mismo tiempo están al otro lado de mí. Y más extraño aún, no saber ni cómo ni a qué, miraban los ojos de entonces.

Estar ante una imagen propia que nos lleva a pensar que pudiese ser la de cualquiera, es el paso de un vacío que inquieta. Un desplazamiento que da miedo y da risa, porque te lleva a la urgencia de reconstruirte. Y para reconstruirme solo he sabido imaginar momentos para aquellos ojos y decirme que un día se cegaron de sol, que lloraron con las rabietas, que bucearon muy abiertos el verano que descubrieron las profundidades limpias del agua o que bajaron los párpados la primera vez que vieron pasar una comitiva hacia el cementerio. Me digo todo esto con una certeza que asusta, porque en realidad no recuerdo que nada de todo ello sucediera. No es fácil mantener un poco de prestigio cuando reconoces que aquellos ojos, que son los tuyos, no tienen ni una idea remota de lo que un día vieron.

Cuando las miramos con una intención y nos devuelven otra, puede que las fotografías se vuelvan peligrosas. Por lo menos, eso es lo que yo he sentido, peligro, cuando la niña que empezaba a caminar y se sostenía junto a unas azaleas al borde de la ventana se ha convertido únicamente en la plasmación de lo que fue. Y ha sido al pensarlo cuando la niña, los tiestos y la ventana han desaparecido de la imagen. Sí, todo se ha vuelto invisible a mis ojos y, mirando la fotografía, solo era capaz de ver en ella lo que ya no estaba.

Encontrar la fotografía de la niña que fui en esta tarde de domingo ha hecho de mí una mujer dividida. Por un lado, solo podía ver en ella el tiempo detenido y la zozobra de lo que desaparece. Por el otro, la imagen que me presenta lo que fue tal como fue, sin falsedad. Y tratando de reunir estas dos mitades he convocado en la misma imagen a la niña que posa y al instante de vida que ya nunca más podrá repetirse.

Ha sido entonces cuando he cerrado los ojos y he comprendido el gesto de los indígenas que en las tribus primitivas huyen despavoridos ante el fogonazo de un flash. Y es que no es fácil verse a sí mismo como otro.


 
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